La fascinación del ser humano por lo gigantesco es casi un instinto natural. La fantasía de pilotear tu propio y enorme robot no es nueva, pero siempre ha venido acompañada de la hipotética pregunta ¿por qué el hombre construiría algo así? Desde un villano que quiere adueñarse del mundo y hacer frente a los “ángeles de Dios” en el anime, hasta combatir a monstruos venidos de otra galaxia, los pretextos han sobrado para adentrarse en un mecha, pero ninguno con los recursos de Titanes del Pacífico.
Titanes del Pacífico
Descansando de la silla de director desde la fallida Hellboy II, Guillermo del Toro había pasado los últimos seis años colaborando -principalmente como productor- en ideas ajenas que casi como regla general terminaron en decepciones. Seis años en los que el cineasta mexicano dejó atrás las voces de “luz, cámara, acción” y empezó a entrelazar una maraña de ideas surgidas de un borrador de apenas 25 páginas titulado Pacific Rim y de la pintura El Coloso, de Francisco Goya. La premisa era simple, llevarla al cine harto complejo: una lucha entre gigantes con el planeta Tierra como escenario.
Hoy, casi tres años después de aquel primer contacto entre Del Toro y el guion, la película emerge por fin en las salas de cine con la promesa casi inherente de llevar a la pantalla grande toda la acción de monstruos y mechas que siempre quisimos ver. Ya fueras fan de Mazinger Z, Godzilla, Gamera, Getter Robo, Voltron, Gargantuan Wars o incluso videojuegos como Xenogears, Titanes del Pacífico se había posicionado como uno de los estrenos más esperados del año.
El resultado, y para no tener que esperar a un veredicto al final de la crítica, te puedo adelantar que es francamente espectacular. Guillermo del Toro logró con Titanes del Pacífico la que seguramente es su mejor obra, una que retrata el potencial del mexicano como cineasta, su enorme capacidad para diseñar o rediseñar criaturas y el espíritu de “gran fanático” de todo lo que atraviesa de su forma de hacer cine.
Ésta no es una complicada revisión del género mecha y kaiju, tampoco intenta narrar un encrucijado drama con colosos como trasfondo decorativo. La idea era mantener siempre como estrellas del filme a quien el público quería ver: los enormes robots y las enormes criaturas contras las que combaten en un futuro alterno donde los alienígenas no vienen de las estrellas en el cielo, sino de las profundidades de los océanos.
Kaijus vs Jaegers
Stacker Pentecost (Idris Elba) es el mariscal de un proyecto conocido como Jaeger, inmensas bestias de metal creadas por la mano del hombre como la última línea de defensa para combatir a los Kaiju, monstruos del tamaño de decenas de rascacielos que surgen de los mares y han diezmado a la población humana. Cada cierto tiempo una nueva bestia más grande y letal que la anterior ataca, trayendo desesperación y muerte a su paso.
Bajos las órdenes de Pentecost están algunos de los mejores pilotos de estas moles mecánicas, destacando Raleigh Beckett (Charlie Hunnam) y Mako Mori (Rinko Kikuchi), quienes parecen tener un potencial de sincronización superior a lo normal, algo más que necesario cuando nos enteramos que estos mechas se controlan estableciendo un lazo neuronal con dos pilotos obligados a trabajar como una unidad.
Titanes del Pacífico obviamente realiza varias alusiones al pasado del proyecto y el origen de los Kaiju, pero nunca restándole un ápice de estelaridad a las gigantescas criaturas. Los únicos que compiten en importancia con ellas, además de los robots, son los personajes centrales, creados literalmente con maestría por Guillermo del Toro para no funcionar sólo como la comparsa humana de un conflicto de titanes. Los protagonistas no son necesariamente profundos y pecan de unidimensionales (como cualquier anime promedio del género), pero mantienen características claves de su personalidad con la que es muy fácil empatizar.
Tenemos a Chuck Hansen (Robert Kazinsky), el clásico chico rudo que no quiere morir en batalla por culpa de la inoperancia de otros; a los doctores Newton Geiszler (Charlie Day) y Hermann Gottlieb (Burn Gorman), típicos clichés de los investigadores antisociales y algo locos que chocan en sus métodos; Hannibal Chau (uno de los mejores papeles de Ron Perlman a la fecha), un traficante de partes de Kaiju que sabe mucho más de lo que aparenta, y Herc Hansen (Max Martini), padre de Chuck y un experimentado piloto que ha encontrado la paciencia tras centenares de batallas.
Sin embargo, una vez montados en los Jaegers olvidamos rápidamente sus nombres y los protagonistas pasan a ser Crimsom Typhoon, Striker Eureka, Gypsy Danger y todas los enormes bestias, biológicas o mecánicas, que desfilan por la pantalla. Del Toro logró imprimirle al filme ese grado de inmensidad, de magnificencia, de que a todo el mundo se lo está cargando el carajo y estamos genuinamente frente al bastión de la raza humana en su lucha por sobrevivencia. Los robots lucen impresionantes y originales a la vez, con la nostalgia de un montón de series transpirando por sus partes de metal, pero sin una referencia exacta a ninguna de ellas.
Las batallas entre mechas y kaijus son poesía mecanizada. Olvídate de esos horribles enfrentamientos de los Transformers donde no se entendían ni quién era quién, ni exactamente qué estaban haciendo hasta que veías una espina dorsal de Autobot chorreando diésel. La cinematografía en Titanes del Pacífico es espectacular y permite deleitarnos la pupila con cada fotograma de la batalla entre las bestias y los robots sin perder detalle alguno.
Cañones de plasma, misiles de mediano alcance, sierras, chorros de ácido y hasta un trasatlántico usado como bate; las olas del mar meciéndose, edificios que se desploman, autopistas desgarradas y la soledad envuelta en cenizas son también parte de una fantasía de ficción que funciona como ningún otra película lo había hecho antes. El 3D también destaca, sutil pero brillante, logrando justo lo que se pretende: que el espectador se sienta en la escotilla de primera fila. Realmente es difícil describir en palabras el grado de “guau” que alcanza Titanes del Pacífico cuando vemos todo en movimiento.
Ciertamente la historia de Titanes del Pacífico tiene varios y notables errores de coherencia, pero la fórmula que desgrana el director, muy al estilo de un serial de animación japonesa, es tan efectiva que a nadie le importan o pasan inadvertidos. Del Toro demuestra que como director de cine es el primer gran fanático de este género y le realiza un impresionante homenaje que no admite peros, sólo te sorprende minuto tras minuto.
Titanes del Pacífico es en resumen, buena parte de todo lo que en tu infancia y adolescencia soñabas con ver en la pantalla de cine, pero que los recursos y la tecnología de la época jamás permitieron. Es también sorpresa pura para aquellos que simplemente buscan pasar un buen rato. Hoyos en la trama, el querer haber visto un poco más de un par de mechas y varios clichés del género no desmerecen que esta sea la mejor película de robots contra monstruos gigantes que vas a ver este y todos los demás veranos. Más 185 mil toneladas de diversión pura no se pueden equivocar; yo que tú ya tendría mi boleto de cine para ir a verla por segunda vez.